En completa oscuridad respiró profundamente, sintió por primera vez que había terminado definitivamente un cuento agónico en el que no había dragones, princesas ni caballeros.
En completa oscuridad, escuchó su sollozo, sus latidos, su propia respiración y sintió que sus piernas temblaban como si hubiese terminado una feroz huida.
Es que nunca antes se había sentido tan presente la vida, los sueños caían al suelo como pétalos suicidas y ardían las huellas de las caricias que supieron nacer algún lejano día.
En completa oscuridad se compadeció de haber plantado esperanzas en tierras con tanta sequía, le dolió el tiempo que había pintado todo de blanco y se dejó caer al suelo como cae un diente de león cuando lo abate alguna lluvia imprevista.
Sintió sus latidos, se tocó el pecho y supo que, a veces, latir no es sinónimo de vida. Que es necesario tirar flores en el río y lamer algunas heridas, que el tiempo es sabio como dicen los abuelos y que lo que duele, algún día ya no dolerá aunque difícilmente se olvida.
En completa oscuridad se animó a tararear canciones que caían como hojas de otoño a su mente vacía, todas hablaban de anhelos, de conquistas de reinos que tenían coronas de espinas. Y se vació de esperanzas que se sabían muertas antes de que nadie las pariera.
El cielo se pintó de rojo, la luna tímidamente invadía los rincones de su alma y vio nubes pasajeras y estrellas que se apagaban y caían.
En completa oscuridad entendió que el ciclo se mueve aunque uno se hunda en una desastrosa agonía, y supo que habrá hojas blancas en las que quepan historias nuevas que tengan actores vivos, sanguíneos, combativos y fugaces, que habrá una nueva oportunidad, o quizás muchas, en las que cada día se repita en silencio que abandonar una pelea no es pecado, que abrazarse con el alma a un sueño es tan útil como abrazarse a una huida... que son los riesgos que corren los que sienten y apuestan todo lo que tienen.
A veces, renunciar, es la mejor forma de derrotar a la mentira.
Guada
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