Un ínfimo porcentaje de la población detesta el chocolate.
No se si son evolucionados, si son una secta o si son lo suficientemente inteligentes como para no caer en las garras de semejante amor eterno.
El miércoles tenía una cita en San Antonio de Padua. Jamás había viajado hacia aquellos pagos así que iba atenta al camino. Un tren que no conocía, estaciones nada familiares y un cartel en el vagón que marcaba que siempre estábamos en Moreno. Traté de no divagar con mi mente perdiéndome entre las caras y los paisajes pero... la humanidad no para y no ayuda.
Pasó un chico con una caja con chocolates, tenía varios sin vender y aunque hacía calor no faltó el goloso que compró una barra. Me ofreció uno, saqué mi vista de una cara maravillosa que me cautivaba, lo mire y dije: No, gracias. Él me sonrió y se dio vuelta para observar lo que yo miraba.
Era un nene de 3 o 4 años. Estaba sentado contra la ventanilla. Al lado estaba su mamá con un nene apenas más pequeño que él dormido plácidamente. El niño más grande era precioso, tenía la piel curtida por el sol, su cabello levemente dorado, su carita sucia, su ropa humilde y con la clásica apariencia que tiene la ropa de un niño que gana y pierde sus pequeñas batallas.
El vendedor de chocolates volvió hacia mi y me dijo: "a él le voy a robar una sonrisa y otra te la voy a robar a vos". Lo miré sorprendida y fue tan rápido que no pude preguntarme qué era lo que iba a hacer. Sacó una tableta de chocolate, se acercó al nene y le dijo "esta tableta de chocolate te la regala la señorita". Yo miré al pequeño y me sonrió, el vendedor me guiñó un ojo y se paró en la puerta dispuesto a bajar.
Me puse a su lado mirando en su misma dirección y le dije "gracias". Saqué de mi bolsillo dinero y se lo di, no quiso aceptar pero insistí. Me dijo: el chocolate hace feliz.
Bajó. Yo volví a mi lugar. Miré al pequeño sin disimulo, sus ojos brillaban y mientras su mamá abría el chocolate, él acariciaba a su hermanito que seguía dormido. Su mamá le dio el chocolate y él lo partió en las cuatro partes marcadas en la barra. Le dio una porción primero a su mamá y luego dijo "este pedacito es para Joaco" (supuse que se trataba de su hermanito), este es para mi y este... miró la cuarta parte y mientras su mamá lo miraba enamorada, él me miraba a mi. Se paró enérgicamente pero empezó a caminar con una timidez perfecta para que yo lo observara atentamente. Sin mediar palabra, me entregó ese pedacito a mi. Me agaché a su altura, le dije "Gracias" y le di un beso.
En la vida podemos tener muchos objetivos y sueños, podemos ganar apuestas, podemos triunfar.
Las cosas maravillosas suceden cuando aprendemos a valorar las pequeñas lecciones que nos regala un simple día.
Yo no voy a olvidar esos ojos rojizos, esas pecas.
Cadena de amor, así lo llamaría yo.
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