Te escribo a vos que te vas recreando dentro mío como una autómata resistente. Te escribo a vos que me acompañas desde hace tanto tiempo que no recuerdo bien cuándo fue el bendito o maldito día en el que nos dimos la bienvenida. Te escribo para que sepas formalmente lo que ya sabés bien... y es que te estoy descubriendo tan cerca de mi corazón que empiezo a temer que algún día pongas en mi territorio tu bandera.
Tus seductoras luces tenues me mantienen tantas veces a salvo; juego con tu sombra y cabalgo las melodías que me hacen creerte hermana inseparable de la libertad.
Yo creo que te quiero aunque no me hagas bien, como quien toma de lo que le hace mal hasta olvidar que es malo. Te abrazo y te vuelvo mi escudo, mi almohada y muchas veces mi santuario.
Han sido tantos los años que por momentos siento que acaricias mi pelo mientras me voy quedando dormida, soñando con que el tiempo no te deje tatuada en mi vida como una decisión con gusto a herida.
Me pregunto cuántos serán los que te besen la boca antes de que termine el día esperando que llegue el momento en el que sea posible despedirte para siempre y con una sonrisa. Cuántos habrán padecido tu hostil presencia que no es más que un boceto de la más cruel ausencia. Cuántos habrán regalado sus lágrimas en honor a tu indisimulable existencia que late fuerte porque -aunque invisible- sos gigante. Cuántos se abrazarán a errores por el simple hecho de tenerte miedo, cuantos decidirán arrebatadamente sus futuros para huir de vos... Cuántos, como yo, te verán repleta de virtudes que difícilmente puedan existir.
Que me dures lo que debas, que me huyas si te atrapo y que me desilusiones cada tanto para que seas una cabaña de vacaciones a la que volver cada vez que no tenga a dónde ir.
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