Otras publicaciones

viernes, 11 de febrero de 2022

A César Banana Pueyrredón

 Esta es una carta con destinatario aunque jamás será enviada. No están siendo los días más ordenados de mi vida por motivos que no voy a explicar porque: a nadie le interesan, no entiendo bien los motivos y no puedo explicar lo que no entiendo bien.

Hacía años que no agarraba este teclado prestado, un préstamo de esos que un día queremos devolver y tienen por respuesta un "quedátelo y disfrutalo porque mi hijo tiene otro" así que no voy a quitarle mérito a Pepe en este préstamo que, en el fondo de mi inconsciente, jamás dejará de ser préstamo. 

Vuelvo al punto inicial. 

Conecté el transformador, limpié cuidadosamente cada tecla y apoyé mis dedos. Boceteando canciones me propuse buscar acordes porque claramente lo mío es de autodidacta y tengo CERO música de esa que se estudia rigurosamente, sin embargo la amo.  A veces pienso en lo hermosa que es y me emociona.  La música sana, no se cómo ni por qué pero lo hace.  Lo hace cuando nos conecta con las personas que están lejos con esas lejanías que no entendemos desde lo físico y desde lo mental.  La música nos lleva a los momentos más lindos de nuestras vidas, nos conecta con la gente que nos hizo bien, con episodios en los que todo era oscuro pero la presencia de una melodía parecía dar un poco de luz a tanta ausencia.

Me fui por las ramas, suelo hacerlo cuando me enamoro.  Y la amo, qué le voy a hacer.  No se si a alguien que me lea le pasará esto pero a menudo tengo la sensación de que todas las cosas grandes necesitan un par mágico, algo así como un Enzo para River, un Robin para Batman, una palmera para el mar, una luna para el sol.  La música tiene su Enzo y es la poesía. No tengo dudas de eso.

Yo no se escribir, me refiero a la perfección de la coma, el punto y coma, etc y de esto puede dar fe Nora Acosta, una colega locutora que, además, es profesora de literatura y es a quien enloquezco a menudo con estas dudas "comísticas".  Un día me dijo algo así como que yo colocaba comas de más en los lugares en los cuales mi cabeza hacía una inflexión y creo que es de lo más acertado que alguien me ha dicho.  A ella mis GRACIAS por su enseñanza generosa y perdón por cada coma mal colocada en este escrito.  Vuelvo al eje: "yo no se escribir" sin embargo siempre amé hacerlo.  Mi primer poema hablaba de un abuelo que estaba dejando transcurrir la vida sentado en un banco de plaza hasta poder reencontrarse con su amor que lo miraba desde alguna estrella.  Lo escribí a los 8 años y con mi hermana le pusimos música, era nuestra canción.  Ahora que lo pienso detenidamente es bastante triste, principalmente teniendo en cuenta mi edad, sin embargo tenía que ver con una pregunta que me hice un día al ver un viejito solo en una plaza, esa fotografía me resultó disparador de un divague que jamás podré comprobar. 

 A partir de ese texto escribí muchos más.  Yo los llamé poemas porque así somos los niños: esperanzados, soñadores y creemos en la magia: todo es posible.  Pasó el tiempo y escribí a mis amores platónicos, les escribí un sin fin de cosas.  También le escribí mucho a un amor de esos "raros y complicados", un amor de esos que con el tiempo se miran con ternura y con cierto alivio por lo que no fue.  Para ser honesta, durante gran parte de los últimos años dejé de escribir.  No se los motivos.  Me sentaba, empezaba a parir letras y huía como si supiera que entre las letras fuera a encontrar cosas incómodas. 

Si algún lector llegó hasta acá se estará preguntando qué tiene que ver todo esto con César Banana Pueyrredón.  Y sí, yo también me lo preguntaría.  La verdad es que, como dije al principio, estoy desordenada, con todas mis piezas pero muy desordenada.  Seguramente alguien más se haya sentido así en algún momento pero no NOS podemos ayudar a armar rompecabezas ajenos cuando ni siquiera podemos acomodar medianamente el nuestro, así que esto no es un pedido de ayuda sino una exteriorización de algunas miserias personales.

Sigo sin responder dónde encaja Don Pueyrredón en esto.  Ahí voy.  Desde muy pequeña en mi casa me daban permiso para encender el "minicomponente Hitachi" y yo era como una abuela en miniatura: me despertaba sola a las 8 de la mañana, acercaba la silla al mueble, lo encendía y escuchaba la radio o ponía algún cassette: de Aspen -la radio-, de Vivencia, de Xuxa, de Julio Iglesias, una variada selección de intérpretes (acá iría un emoji riéndose).   

Corría el año 1990 aproximadamente y yo iba de visita a la casa de mi tía.  Adoraba estar con ella. Se había casado hacía poquito y se había mudado a una casa nueva. Aparecían los CDs, para mi era una locura poder tenerlos y ella me dejaba usar su equipo de música, era la gloria.  En aquel entonces apareció entre mis manos un CD de tapa azul estridente, en él había un señor con una camisa colorada bastante llamativa. Saqué cuidadosamente el disquito y lo coloqué con amor en la bandeja, empujé y se hizo la magia.  Empezó a correr.  Me gustaba lo que escuchaba.  Había una voz clara y tal como se imprime la huella en un CD, sus canciones se me grababan amorosamente, estaba muy conforme con lo que escuchaba pero les recuerdo que yo era chiquita, tenía 7 años y los niños siempre esperan magia, más magia.  Allí fue cuando el tiempo hizo su trabajo y llegó a la canción Nº6 "Tarde o temprano"  la escuché y me emocioné, no es un decir. Me emocioné hasta las lágrimas y hoy, 31 años después, me estaba por preguntar por qué la niña que fui sintió tanta emoción con una canción en aquel entonces y descubro la respuesta antes de terminar la pregunta: soy yo la que a esta edad tiene que hacer grandes esfuerzos por recordarse a sí misma la belleza que reside en el corazón de un niño que tiene la sabiduría de comprenderlo todo y ser sensible a todo aunque los gigantes adultos muchas veces, la mayoría de las veces, olvidemos eso. 

Tarde o Temprano me emocionó.  Recuerdo el nudo en mi garganta cuando la voz de Banana decía "hay tantos sueños que rescatar... de qué sirve la vida si uno no puede ser feliz".  Aprendí esta canción al instante.  Sentí que todo lo que se decía ahí era lo que yo quería para siempre en mi vida.

Yo creo en la magia.  Claro que creo.  Por eso este teclado y yo nos tropezamos con esa canción que tanto significó para esa pequeña persona que fui.  Hay magia en todos lados.  Hay señales y a veces estamos anulados por nuestros miedos, por lo que no nos resultó bien, por los engaños que nos volvieron desconfiados y nos dejaron dolor.  Ahí es cuando Banana toma tanta importancia hoy. Su voz me reencontró con sensaciones que había olvidado y esta canción que quizás ya lo haya cansado (como les sucede a muchos artistas cuando hacen un himno), me volvió a emocionar y me volvió a esperanzar.  Yo también creo que luchar no es en vano y que hay muchos sueños que rescatar.  También quiero creer que todas las manos se unirán. Y hoy que la fama de Banana no pasó y que, aún así,  él vive en su piano, quiero confirmarle que no es un canto más entre todos los cantos, ha sido el que alumbró mi soledad.  La soledad que no es soledad de ausencia de otros sino de uno mismo.

Gracias César por hacerme cantar nuevamente, por llevarme en un maravilloso viaje musical a ese momento en el que mis rodillas chiquitas se apoyaban en el suelo para leer la letra de tu CD frente al reproductor sin saber que tantos años después, la energía de tu voz me iba a despertar.

Es una carta lanzada al aire sin demasiadas ambiciones más que la reiterada y calma necesidad de que llegue a los ojos que necesiten alguna de estas palabras.

Me voy a trabajar porque hay muchos sueños que rescatar.  Gracias César Banana Pueyrredón por este hermoso himno.Gracias por tu música. Gracias por tu poesía.

Con Cariño, Guada.